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Oriente... occidente


Me ha dicho que hoy haremos un juego nuevo, que debo acudir a nuestra cita sin maquillar, el pelo peinado en un moño alto, desnuda bajo la gabardina, las uñas de las manos y los pies sin pintar. Me quedo extrañada mientras leo por tercera vez el mail, siempre me ha exigido salir perfecta, pero obedezco como siempre.

Llego puntual al apartamento y abro con mi llave, hay música suave y velas, no enciendo ninguna luz, dejo el bolso sobre la mesa y me dirijo a la terraza.

Me esta esperando y junto a él hay una mujer oriental de rostro sereno y piel inmaculada, no sabría especificar que edad tiene, lleva puesto un hermoso qipao verde y plata, el bordado sobre la seda es impresionante una obra de arte. Sobre una silla hay un Hanfu, este es rojo y oro, los colores imperiales y si cabe es aun mas hermoso, en la manga derecha lleva bordado en oro un magnifico dragón, la dama se levanta y lo toma en sus manos mostrándome la belleza del traje, en la izquierda esta bordado también en oro un fénix chino, forman el ying y el yang. todo el borde del Hanfu esta bordado con el mismo motivo que las mangas.

Oigo unos pasos tras de mi y me doy la vuelta, se acerca un hombre enorme, casi dos metros y al mirarlo pienso… si en lugar del traje confeccionado a medida llevases unas pieles y un gran mazo estaría en presencia de Thor.

Mi Señor me los presenta, son su amigo Thierry y su sumisa kumiko (niña de eterna belleza) sonrío cuando oigo su nombre es de lo mas acertado, me entrega una copa de cava Catellroig, me siento en el cojín a los pies de mi Señor bebiendo despacio y esperando.

Apoya su mano en mi hombro, baja su cabeza hasta mi oido y me dice – “cuando termines tu copa, te levantas y te quitas la gabardina, kumiko te prepara para mi”-.

Thierry aparta la mesa que hay en el centro, es pesada pero la levanta como si fuese de cartón, en su lugar pone una silla. Termino mi copa de golpe, me pongo en pie y dejo caer la gabardina a mis pies.

Tomo asiento, espero, Thierry se acerca y me quita las sandalias con suavidad, toma un frasco que le tiende kumiko de esmalte de uñas rojo y con sumo cuidado empieza a pintarme las uñas de los pies, lento y suave, pero firme y seguro va poco a poco maquillándolas. Noto las caricias de sus dedos en los míos, me voy humedeciendo poco a poco. Termina la primera parte de su trabajo y lo mira satisfecho, se levanta y me tiende la mano entregándole yo la mía al instante. Me ayuda a levantarme, tomando el asiento en la silla.

Hace que me siente en el suelo con las piernas abiertas y estiradas y empieza a pintar del mismo modo las uñas de las manos, la mano que sujeta la mía acaricia constantemente mi muñeca al tiempo que una sonrisa picara ilumina su cara.

Miro hacia atrás, mi Señor tiene sentada sobre su regazo a kumiko y le acaricia suavemente el brazo.

Thierry fina liza su trabajo y me ayuda a levantarme, retira la silla y me deja en medio de la terraza, se dirige a su sillón y kumiko acude veloz a el.

Estoy de pie frente a los tres con la mirada baja, desnuda, espero.

kumiko viene hasta mi, despacio, elegante casi etérea, lleva una preciosa caja lacada, en la tapa se ven unas grullas entre lotos, es preciosa y parece muy antigua, la deja a sus pies, lentamente la abre apareciendo un pequeño plumero y un botecito, lo reconozco al instante, el bote contiene polvo de miel.

Con ligereza toma el plumero y el bote una vez abierto y con extremada suavidad empieza a aplicarme el polvo de miel por la cara, noto la caricia de las plumas y la respiración de kumiko en mi cuerpo. Sigue su trabajo lentamente, bajando por mi cuello, acariciando mi pecho, mis pezones, despertando sensaciones, noto como la lengua de kumiko baja suavemente por mi cuello, el mismo camina que hace un momento ha realizado el plumero, mis pechos y toma con suavidad un pezón en su boca, succionando, saboreando la miel, su lengua sigue con suavidad hacia el otro pezón, acariciándolo con la punta de la lengua. Alza la cabeza y me mira, yo me pierdo en la oscuridad de sus ojos.

Mi Señor la llama, le entrega una caja de terciopelo negro, que toma entre sus manos y me la trae. La abro con cuidado y en su interior veo las preciosas joyas, unos maravillosos colgantes de pecho en platino y en su final dos hermosas lágrimas de un zafiro con el mismo tono que sus ojos. Le miro y una dulce sonrisa asoma a sus labios haciendo que mi corazón estalle de alegría.

Se levanta del sillón y viene a mí tomando las joyas de la caja, acaricia mi pezón antes de ponerme la primera, para la segunda aprieta con fuerza el pezón enviando un latigazo de dolor y placer. Me besa la frente y vuelve a sentarse, dejando que kumiko pueda seguir con su labor.

Lentamente sigue aplicándome mas polvo de miel por el vientre, el ombligo, bajando con suavidad hasta el monte de Venus, con un ligero toque del dedo me hace abrir las piernas para aplicar también en mi clítoris, vuelve a mirarme, veo aun mas oscuridad y otra vez noto su lengua descender con suavidad por mi vientre, jugar en mi ombligo, lamer mi monte de Venus, bajando sin apartar sus ojos de los míos hasta mi clítoris e introduciéndolo en su boca para succionarlo. Una corriente eléctrica me golpea, el placer me invade.

Se pone detrás de mí acariciándome la espalda con el plumero, dejando la piel aterciopelada por el polvo de miel, baja lentamente por mi columna y sigue en mis glúteos. Su lengua recorre toda mi espina dorsal, enviando más ondas de placer.

Los ojos de mi Dueño brillan, los de su amigo son voraces. No se si es por mi, por la bella kumiko o por la escena de representamos.

Sigue con suavidad por mis piernas, poco a poco haciendo la escena aun mas excitante. Sus dedos acarician con suavidad la parte trasera de mi rodilla, controlo un temblor de placer.

Empieza a vestirme, primero la blusa hasta los pies, sujeta por unos finos tirantes y de corte recto en el pecho, lleva el bordado, encima el kimono fijado a la cintura por medio del fajín, maquilla mi rostro sutilmente, mira a su Dueño quien asiente con la cabeza.

Adorna mi pelo con dos agujas, despacio y con delicadeza me entrega a mi Señor.

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