Capítulo 4
El mediodía pareció que tardaba una eternidad en llegar. Con cada llamada que Natalia trasfería al despacho de Ethan, ella crecía más y más en el borde hasta que estaba lista para gritar de frustración. Se negó un descanso para tomarse un café con sus amigas, alegando la necesidad de trabajar en un proyecto que estaba llegando al límite de plazo. Esquivó una llamada de su madre - su santa madre recatada que nunca entendería las necesidades de Natalia, que hasta ahora habían estado fuera de su trillado camino. Bueno, quizá camino trillado no fuese la expresión correcta. Pero su madre podría escuchar la voz entrecortada mientras trataba de sonar natural. Ella le preguntaría a Natalia qué iba mal hasta que Natalia se rompiese. Así que no sucedería.
A cinco minutos para las doce, ella dejó su escritorio, tomando un cuaderno y una pluma con ella. Estar encerrada en una sala de juntas con Ethan iba a ser un infierno, pero estar cerca de él podría ayudar. Un poco.
Impaciente, esperó por él. Diez minutos después, entró con una bandeja de cartón con bebidas y una bolsa de papel blanco que asumió era la comida. Sin decir palabra, lo puso todo en la mesa, empujó la puerta, la cerró y luego dio la vuelta a la mesa. La sacó de la silla y tiró con fuerza de ella contra su cuerpo. Su polla rígida presionando contra su vientre mientras le agarró el culo con una mano empujándola más cerca de él y metió los dedos en su pelo. Con hambre devoró su boca. La lengua empujaba hacia su interior mientras ella gemía.
Sus dedos se cerraron sobre su chaqueta. Se puso de puntillas para acercarse más a él. Su lengua se batió en duelo con la de él mientras las lágrimas pinchaban en sus ojos. Las emociones y la necesidad atravesándola. Sus pezones estaban tan apretados contra el corpiño de su vestido, y su coño tan húmedo como si estuviera pidiendo que él lo llenase. Hebra tras hebra de excitación empujaban a través de ella, clavándose en sus centros del placer como pequeños estallidos de liberación.
- Lo siento, llego tarde – murmuró sobre sus labios.
- Está bien.
Sacudió la cabeza y la besó de nuevo, las manos enmarcando su rostro.
– ¿Estás bien? – preguntó.
- Creo que sí.
- Lo sé… esto… puede ser intenso.
- Me siento como si estuviese a punto de explotar – confesó ella. Sus dedos se deslizaron bajo la chaqueta para masajear uno de los tensos pezones. Él cerró los ojos, quedándose sin respiración, y ella supo que lo tenía justo en el límite. Un plan embriagador se fue formando en su mente.
Poco a poco, dejó que sus manos se deslizaran por sus firmes abdominales hasta su duro vientre, luego bajó hasta su rígido pene. Lo palmeó, apretando suavemente.
- ¿Me permites decir que lo siento mucho?
En silencio, él asintió con la cabeza y se dejó caer hacia atrás en una silla. Ella se dejó caer de rodillas. Él abrió el cinturón, mientras ella abría el cierre de su pantalón oscuro. Se los sacó una vez abiertos, y empujó hacia abajo su ropa interior lo suficiente para que su polla saltara libre. Sin dudarlo, se lanzó hacia adelante y la envolvió con su boca. Acunó la suave cabeza con su lengua, lamiendo el semen salado que se le escapaba, rodeando la gran superficie. Poco a poco, ella lo atrajo más profundo. Y más profundo. Trazó la dura cresta de su longitud, adorando su olor almizclado mientras se acercaba a su raíz. Sus rizos cortos le hicieron cosquillas en el labio superior y se echó hacia atrás, chupando duro, haciéndole gemir y unir los dedos sobre su pelo, mientras ella ejercía presión sobre su punta y apretaba su lengua en el punto justo debajo de la cresta.
Mostrando misericordia, ella se hundió de nuevo en él, tomando todo lo que pudo, mientras sus caderas se movían en el asiento. Dándole tanto placer como el que ella sentía también. Ella separó las piernas mientras se arrodillaba. Cada movimiento hacia debajo de él, cada curva, ella tiraba de sus pliegues, provocando que gimiese alrededor de él.
Él se retorcía, mientras ella chupaba duro su polla otra vez. - Nat… vas a hacer que me corra – jadeó. Ella se defendió con una sonrisa, no dispuesta a abandonar la presión que tenía sobre él. Moviéndose más rápidamente, trabajó de arriba abajo su eje mientras sus dedos se apoderaban de los tensos muslos. Luego con un grito ahogado, él empujó hacia arriba y un chorro caliente se derramó en su garganta. Ella tragó lo más deprisa que pudo sin querer dejar nada.
Tomándolo completamente, su disculpa fue que tomaría todo de él.
Ella apenas tuvo la oportunidad de lamer el camino de regreso a su longitud cuando él la levantó y la puso sobre la mesa delante de él. Separando sus muslos, le subió la falda y se hundió en su coño. Ella se echó hacia atrás sobre sus manos y dejó caer la cabeza mientras se vanagloriaba en el regazo húmedo de su implacable lengua a lo largo de su carne recalentada. Con un ligero cosquilleo de la barba que le había crecido desde la mañana arañaba sus tiernos pliegues. A ella le encantaba. Le encantaba la sensación de tenerlo lamiendo, mordiendo y empujando. Sus dientes atraparon su clítoris, ella reprimió un chillido que podría echarlos fuera. Temblaba mientras él chupaba duro en su centro. Tres dedos entraron es su canal, y ella se derrumbó. Su espalda se estrelló sobre la mesa mientras presionaba sus manos sobre su boca para reprimir sus gritos de placer. Una avalancha se precipitó sobre su boca y él se mantuvo en ella hasta que otra ola de éxtasis amenazó con separarle de ella con su intensidad. Ella se retorcía con un silvestre salvajismo sobre la mesa de la sala de conferencias, altar de su placer carnal.
Ella temblaba como las bifurcaciones de un débil rayo, seguido de un cosquilleo a través de ella mientras bajaba de la cima de la liberación que él le había dado. Él dio un paso entre sus muslos y tiro de ella para ponerla en posición vertical, besándola con tal ternura, con la intensidad de un necesitado, que ella pensó que llegaría otra vez. Su propio fuerte sabor hizo explosión en su lengua llena de la felicidad que él acababa de darle. Hambrienta, ella lo saboreó hasta que se separaron, jadeando.
- Si no nos detenemos, voy a follarte – rechinó.
- No me importa.
- Sólo tengo la sala durante cuarenta minutos más. No es suficiente tiempo. Y no está suficientemente insonorizada para amortiguar los gritos que obtendría de ti.
Ella se mordió el labio.
- Oh Dios, no hagas eso – se quejó él – Apenas mantengo el control así.
Ella se lamió los labios en su lugar y él gimió.
- Te he traído una de esas hamburguesas vegetarianas que te gustan – Dijo. Obviamente desesperado por mantener el control, se empujó dentro de los pantalones y luego se volvió hacia la comida. Ella se tomó un momento más para recuperarse, antes de enderezar su ropa y bajarse de la mesa.
- ¿Y una Coca-Cola? – Preguntó débilmente. – No sirve de nada ser saludable sin estar siendo totalmente insalubre.
- Por supuesto. Sé cómo eres – Empujó una pajita en uno de las tazas y a continuación, sacó un emparedado envuelto en papel de aluminio de la bolsa.
Natalia se sentó en una de las sillas. -¿Tenemos trabajo real que hacer mientras estamos aquí?
Él negó con la cabeza – No, y no me siento mal por ello tampoco. Tengo una reunión tarde con Kingman esta noche.
Ella frunció el ceño. Kingman era su jefe. Las reuniones con él siempre estresaban a Ethan. El hombre justamente no tenía ni idea y de lo frustrado como el infierno que Ethan estaba. – ¿Quieres venir a mi apartamento después?
- Sí. Creo que me va a enviar fuera de la ciudad por la cuenta Baker.
- Australia… - murmuró. Eso significaba un viaje largo. La última vez que había enviado a Ethan fuera, había estado ausente casi dos meses. Ella apretó los labios y jugó con la pajita para ocultar sus emociones. Esta cosa entre ellos era tan nueva, no quería que él se fuese volando al otro lado del mundo.
Ethan le cogió la barbilla y la giró para que lo mirase. – No va a cambiar lo que siento por ti.
- A mí tampoco – Simplemente sería difícil.
- Ven aquí – dijo sentándose en la silla junto a ella y arrastrándola a su regazo. Ella se acurrucó en su pecho y apretó el rostro a su cuello. Él frotó su espalda. De alguna forma, entre anoche y hoy, ella había llegado a pertenecerle, y antes de eso, toda la tensión y la camaradería en el trabajo habían sido los juegos previos para ese clímax.
- No quiero que te vayas – le dijo.
- No quiero ir… No te preocupes, cariño. Todo irá bien. Y, ¿quién sabe? Tal vez quiera hablar de otra cosa. – Pero Ethan no lo creía. Ella lo podía oír en su voz, y ese sonido le producía terror donde su excitación había sido turbulenta todo el día.
Horas más tarde, Natalia estaba en su apartamento, necesitando a Ethan, necesitaba saber dónde estaba. A las siete, no se preocupó mucho. La reunión con Kingman podría haber durado mucho. A las ocho, comenzó a mirar el reloj. Él debería aparecer en cualquier momento. A las nueve, estaba muy preocupada, y a las diez, estaba desesperada.
¿Le habría ocurrido algo? Si no lo conociese bien, pensaría que ya estaba harto de ella. De hecho. Pero ese no era el Modus Operandi de Ethan y ese no era el hombre que la había abrazado con tanta fuerza durante casi veinte minutos en el almuerzo de hoy.
A las once, se resignó al hecho de que no iba a ir. Malhumorada y confundida acerca de qué había sucedido, paseó por el apartamento y apagó las luces.
Durmió de forma intermitente, y cuando llegó a trabajar al día siguiente, sabía que parecería el infierno. Con los ojos entrecerrados, miró en la oficina de Ethan y vio que aun no había llegado. ¿Qué tipo de jueguecito estaba jugando con ella? Apostaba a que él había dormido muy bien.
Un pitido lamentable la atrajo de su ira. Genial. Y su móvil se estaba muriendo también. No lo había cargado anoche con toda la preocupación. Gracias a Dios que tenía un cable de repuesto allí.
Estaba buscando en su bolso, tratando de encontrarlo, cuando otro pitido sonó, y se dio cuenta de que el teléfono no estaba en absoluto en su bolso. El sonido venía de debajo de su escritorio. Sobre manos y rodillas tanteó a su alrededor. Después de varios intentos, finalmente lo encontró. La maldita cosa debía haberse escapado de su bolso y caído en la parte de atrás del cajón de su escritorio cuando Ethan la había asustado ayer. Y…
¡Oh, no! Tenía diez llamadas perdidas, todas de Ethan.
Después de conectar el teléfono, marcó el número de su buzón de voz.
- Hola Natalia, Kingman es un idiota. Me marcho esta noche. El idiota tuvo al departamento de viajes haciendo todos los arreglos y nunca se molestó en decirme nada hasta esta noche. Te juro que está tratando de molestarme lo suficiente como para que me largue. Tengo que estar en el aeropuerto en una hora y apenas tengo tiempo para meter algunas cosas en una bolsa e irme. Mira, eh, te llamo desde el aeropuerto después de facturar.
Ella cerró los ojos, devastada por haber perdido todas sus llamadas.
- Hola soy yo. Estoy sentado en el aeropuerto. Siento mucho no hacer lo de esta noche. Dios, ya te echo de menos. Lo intentaré otra vez dentro de un poco, antes de embarcar. Me gustaría poder abrazarte. Bueno, adiós.
- Soy yo de nuevo. Bueno, parece que no voy a ser capaz de hablar contigo mientras estamos en el mismo estado. Tengo una escala en Indianápolis. Te llamaré desde allí.
- ¿Dónde estás? No tengo el número de tu casa conmigo. Necesito hablar contigo y saber que estás bien. Estaré en Indy durante un par horas, así que llámame cuando oigas esto.
Varias llamadas obsesivamente seguidas. Entonces:
- Maldición, ¡Nat! ¿Dónde estás? Dios, espero que estés bien. Llámame. No me importa la hora que sea con el cambio de horario. Solamente llámame. Necesito saber de ti.
- Oye, Nat – decía en el mensaje final – Estoy en Los Ángeles. Estaré en el avión en unos minutos y en el aire durante diecisiete horas. Sólo tienes que dejarme un mensaje. Simplemente… Nat, deja un mensaje.
Las lágrimas pinchaban en sus ojos por la frustración en su voz. Ella puso los codos sobre el escritorio y se cubrió la cara en las manos. Ciegamente, cerró el teléfono y lo colocó en el gabinete cerca de su mesa. Él estaba en el aire pensando que ella estaba molesta con él. En vista de esto, la duración de su viaje ni siquiera parecía un problema. Tenía que hablar con él – bueno, al menos dejar un mensaje. Él no lo conseguiría hasta que ella dejase el trabajo hoy.
Su corazón pesaba, se llevó el móvil a la oficina de él para poder cerrar la puerta. Enchufándolo a la toma cercana a su escritorio, se sentó en su silla e inhaló su olor. Tomando unas pocas respiraciones relajantes, marcó su número, agradecida de que él se hubiese cambiado a un plan internacional, la última vez que había tenido que viajar fuera del país. Tragó saliva mientras accedía directamente al buzón de voz, tal y como había esperado. Su voz profunda se envolvió alrededor de ella, mientras le escuchaba identificarse e invitar al llamante a dejar un mensaje.
- Ethan – comenzó – Lo siento mucho. Lamento que no pudiéramos hablar antes de que te fueras y lamento haberte perdido y lo siento, siento tanto ser tan idiota y perder mi móvil bajo el escritorio ayer. Ya te echo de menos. Espero que puedas regresar muy pronto – hizo una pausa cuando se dio cuenta que de no lo enviarían a Australia sin esperar que estuviese allí durante al menos unas semanas. – Yo, umm, aguantaré firme aquí – le dijo – Humm, supongo que me llamarás o escribirás cuando tengas una oportunidad - Ella recitó su número de casa y dijo adiós.
Al regresar a su escritorio, conectó el ordenador. La secretaria de Kingman finalmente había enviado el itinerario de Ethan. Dos meses. Él iba a estar fuera dos meses. Vale, bien, era una chica grande. Podía manejar esto. No es como si él fuera a estar ausente durante un año.
* * * *
El día pareció interminable. Con Ethan viajando, el jefe acudía a ella para obtener respuestas sobre los proyectos de Ethan. Por suerte, estaba al tanto del status de cualquier obra en cuestión, y fue capaz fácilmente de mantener la distancia con Kingman. Él le ponía los pelos de punta por lo que no lo quería cerca de ella.
Acababa de entrar en su apartamento aquella noche cuando su móvil – con su batería completamente cargada – sonó. Esperanzada de que fuese el hombre que consumía sus pensamientos, lo arrancó del bolsillo lateral de su bolso y lo abrió.
- ¿Hola? – preguntó con ansiedad.
- Hey, pequeña. Te echo de menos – dijo Ethan.
Ella se deslizó por la pared junto a la puerta con el sonido de su voz. – Yo también te echo de menos. Lo siento tanto…
- No te preocupes – la interrumpió – Estoy contento porque llamaste – Debía acabar de bajarse del avión porque ella oía los sonidos del aeropuerto de fondo. – Recibí tu mensaje tan pronto como llegué. ¿Perdiste el móvil ayer cuando te sorprendí?
Ella se rió con el recuerdo, y de repente se sintió más ligera, el manto del día se desplazó fuera de ella. Hablaron amigablemente durante unos minutos, aclarando algunos asuntos.
Ella le oyó entrar en un taxi después de un tiempo y dar el nombre de su hotel. Su voz se hizo más profunda al hablar con ella de nuevo. – Mira, cariño. Me tengo que ir, pero intentaré estar online un poquito, siempre y cuando el hotel disponga de una línea de Internet decente. El calendario para esto no podía ser peor…
- Está bien. No te preocupes por mí, ¿de acuerdo?
Se despidieron con él diciéndole como la echaba de menos. Serían dos largos meses. Pocas horas después, descubrieron que le habían reservado un hotel de baja categoría sin Internet, mucho menos que un buen Internet. Ella habló con él unos minutos, la realidad naufragando. Era fiscalmente irresponsable para ellos que hablasen todos los días, él tenía Internet irregular – no privado - cuando estaba fuera de su habitación, y el cambio horario los tenía en polos opuestos en ese calendario.
Natalia se comprometió a darle una gran bienvenida cuando regresase. Solo esperaba que no se hubiesen distanciado demasiado.
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