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PUNISHED - Brynn Paulin - "CAPITULO 6"


Capítulo 6
Ethan se sentó en su oscura oficina, bastante seguro de que nunca había sido más miserable. Ni cuando había tenido varicela a edad adulta, ni cuando perdió su último trabajo por la incompetencia de alguien. Ahora, se sentía desolado.
A pesar de que tenía los músculos cansados cuando por fin llegó a casa un par de noches atrás, no había podido dormir. La visión del rostro herido de Nat lo había atormentado, y sabía que sucedía algo más. Algo que se le había escapado. Justo lo que no sabía.
La desesperación de ella le tocó la fibra sensible una vez que dio un paso atrás para pensar. ¿Qué era? ¿Qué estaba pasando? Fuera lo que fuese, no podía seguir enfadado con ella. Débil como algunas personas podían pensar, tan débil como podría haber considerado a otro hombre en la misma situación, la necesitaba demasiado para renunciar a ella. La amaba.
Tan pronto como se permitió ver más allá de su traición y recordar lo importante que era ella, casi regresó a su apartamento. Casi. Pero él no era tan débil. Esperaría por ella. Ella vendría a él. Era importante para ambos que ella lo hiciese.
Tres días había esperado. Durante tres días, ella lo había evitado. Ethan lo tenía que haber hecho. Esta noche, él iría a su casa, la azotaría hasta su sumisión y la follaría durante la próxima semana. Y luego, dejaría muy claro que ella era suya, y solo suya y sería mejor que no permitiese que nadie más la tocara. Nunca.
De pie, tomó su chaqueta y luego se dirigió a  la puerta.

Luchando contra la depresión que la había asolado durante los últimos días, Natalia estaba en su escritorio en la oscuridad parcial con la luz del atardecer iluminando lo suficiente para ver los objetos personales que pretendía recoger. Mañana por la mañana, llamaría a personal y se iría. Esta noche, quería recoger sus cosas así no tendría que regresar después de que Ethan lo supiese. Él la odiaba de todos modos, así que ella no entendería que le importase. Probablemente sería un alivio para él ver que se marchaba, y ella no quería ver eso en sus ojos.
- Natalia.
Ella saltó con el sonido de su dura voz y miró con aire de culpabilidad al verlo de pie en la puerta de su oficina. Su voz no revelaba nada más que su mando normal, y las sombras le tapaban la cara. Probablemente mejor. Ella no quería ver su disgusto o decepción o enojo. Ella había estado viviendo con eso en sus recuerdos los últimos días.
- En mi oficina. Ahora – dijo, y sin esperar a que ella obedeciera, volvió a entrar y encendió la lámpara de su escritorio.
Ella consideró el negarse. Él ya no era más su amante o su jefe. No tenía que seguir sus órdenes. ¿Qué haría si ella se dirigiese hacia la salida? ¿Azotarla? Seguro. Dudaba que eso volviera a suceder alguna vez. No por él. Ni por cualquier otra persona. Ningún hombre, salvo Ethan volvería a hacerle eso. No lo permitiría de nuevo.
Un profundo suspiro se le escapó. Si quería gritarle, bien. Le dejaría. Sintiendo como si tuviese un millón de años, se dirigió a su oficina para el fin del fin.
Él estaba de pie cerca de su escritorio, la mayor parte de su cuerpo, incluyendo la cara, aún en las sombras. – ¿Dónde has estado?
- Enferma.
Él hizo un pequeño, enfurecido sonido. – No me mientas. No has estado enferma. ¿Qué estabas haciendo ahora?
- Recogiendo mis cosas – se miró las manos y las metió en los bolsillos de sus vaqueros y desvió la mirada hacia la oficina exterior. Mirarle todavía le provocaba mariposas en el vientre y la necesidad se construía en su coño. No importaba lo enojado que estuviese con ella, su cuerpo todavía reaccionaba a él.
Él se quedó en silencio unos momentos. – ¿Por qué?
- Me voy. He dimitido. – En contra de su mejor juicio, levantó la mirada hacia él y se encontró con que se había acercado al mismo tiempo que ella le había evitado con esmero.
Él levantó una ceja e inclinó la cabeza. - Eres tú, ¿no? – le preguntó con un aire divertido.
- Sí.
- Hmm…
Se dio la vuelta, quitándose la corbata que colgaba suelta alrededor de su cuello y la arrojó sobre el escritorio. Ella se movió para marcharse.
- Sólo estoy aprendiendo – dijo en voz baja. – No fue mi intención hacerte daño o desobedecer o ser infiel. No hubo sexo. Ni siquiera disfruté de ello, de hecho, le dije que se detuviera incluso antes de que pasara nada. Pero pensó que estaba jugando hasta que le grité mi palabra de seguridad. Estar allí, sabiendo que no eras tú, era sólo… vacío. – ese mismo vacío que la estaba dominando de nuevo. Necesitaba marcharse de allí antes de que las jodidas lágrimas empezasen de nuevo. Se mordió el labio, disgustada por su debilidad, incluso cuando su corazón le dolía.
- Congélate ahí – dijo – No dije que te pudieras ir.
Se negó a mirarle. – No eres mi jefe, o mi amante o lo que fuera que teníamos.
Como fuera que él lo llamase, ese tiempo juntos había sido maravilloso.
- Mmm – murmuró otra vez – ¿Es así? Bueno, me hace feliz pensar que soy tu maestro. Tu ‘Señor’. La respuesta a tus fantasías. – Él la envolvió en sus brazos y después  le apretó la cara contra su camisa. La mejilla apoyada contra la parte superior de su cabeza, haciendo que se sintiese en su capullo de protección, dominio y cuidado. Él la abrazó con fuerza, como si nunca la fuese a dejar ir. – Pensar que habíamos terminado, ahí es donde te equivocas, mi pequeña irresponsable. Tú me perteneces. No te equivoques, tu corazón, tu alma y todo tu cuerpo son míos. Incluso este culo. – lo acarició con la mano. – Sobre todo este culo cuando se trata de un castigo. ¿Entendido? Nadie más lo tocará.
Ella no respondió. No lo entendía. Quería creer, pero él no podía estar diciendo…
Cuando estuvo en su apartamento, dijo que habían terminado. ¿No había dicho eso?
- Ahora – dijo él – Quiero que te desnudes, y te arrodilles en la esquina junto al armario hasta que te diga lo contrario.
Ella lo miró, todavía confundida por el súbito giro de los acontecimientos. Sus ojos eran tiernos, el rostro estricto.
- No entiendo.
- Quiero decir que no renuncio a ti. Lo había decidido, antes de que confesases lo que sucedió en el club, bueno, y ahora quiero golpearle hasta que sea una masa sanguinolenta por atreverse a tocarte cuando le dijiste que no, pero esa es otra historia.
- Él se disculpó.
- No me importa. Voy a tratar con él. Más tarde. Ahora, - ordenó, en voz baja pero con firmeza, no dejando lugar para sus argumentos – desnúdate.
Bordeándola, él fue hacia la puerta y la cerró para impedir la posible interrupción del personal de limpieza, supuso ella. No queriendo decepcionarle ahora que él la había perdonado, se quitó la camiseta mientras se sacaba las zapatillas deportivas. Abriendo el botón de los pantalones, se sacó los vaqueros.
- Bragas – gruñó, golpeando su trasero.
- No sabía que las ibas a ver, Señor – respondió ella.
- Ese fue tu primer error. El segundo es que todavía las llevas puestas.
Ella hizo un mohín y se pasó el dedo por la cintura. – ¿Me las quito?
- ¿Quieres unos azotes?
- ¿De ti? Más de lo que nunca sabrás. – La idea de sus manos sobre ella, en cualquier lugar, la hacía temblar. La piel de gallina subió por sus brazos y su coño se apretó mientras él se acercaba hasta que estuvieron pecho contra pecho. Sus largos dedos desabrocharon su sujetador y lo dejaron caer al suelo, mientras ella miraba hacia arriba las duras líneas de su rostro. Comandante, determinado, tan diferente a la ira que había visto antes.
Sus muslos se apretaron, y sus pliegues se deslizaron el uno contra el otro, un signo claro de su excitación. Había pasado tanto tiempo desde que ella lo había sentido… tocándola, llenándola, besándola.
Él metió los dedos entre su pelo y la llevó hasta sus labios. – ¿Realmente crees que es un buen momento para tomarme el pelo? – preguntó.
- Sí, señor.
Él negó con la cabeza. – Siempre una chica traviesa.
- Tu chica traviesa.
- Malditamente correcto. – murmuró. Su boca aplasto la suya, presionando los labios de ella apartándolos para empujar la lengua en su interior. Ella gimió, arqueando su cuerpo contra el de él, con la esperanza de que la llenase en el futuro.
Él arrastró los pies, mientras la besaba con avidez, como si nunca tuviese lo suficiente de su boca. Sin embargo, al mando de sus labios, se sentó en una silla frente a su escritorio. Antes de que ella pudiese anticipar el movimiento, él la tenía sobre sus rodillas extendidas. Rápidamente, le bajó las bragas de algodón blanco hasta las rodillas, atrapándole las piernas, pero liberando su culo para él.
Frotó la palma de su mano sobre su trasero. – Tan bonito, pero tan blanco. Me gusta rojo.
- Oh Dios, por favor, señor. Por favor…
- Por favor, ¿qué? ¿Qué te azote? ¿Seguro que es lo que quieres?
- Sí. He sido mala.
- ¿Lo has sido? ¿Qué has hecho?
- Yo… yo te hice infeliz.
- Mmmm, sí, así fue. – respondió él y su mano golpeó con fuerza sus nalgas. El fuego estalló a través de ella, y era lo único que podía hacer para no arquearse como una gata en celo. Sus pechos presionaban contra los pantalones de él, arañándola con cada palmada que le daba.
- ¿Y? – exigió.
- Y… yo… mentí sobre lo de estar enferma.
- Tres veces, de hecho.
- Cuatro – respondió ella – Te lo dije también a ti.
- Cuatro entonces – Su mano golpeó el culo tantas veces como mentiras. Oh, el dulce dolor. El dulce mordisco del dolor. Desesperadamente, ella trató de pensar en más transgresiones. A decir verdad, estaba dispuesta a hacer más cosas si él mantenía su atención en su parte trasera.
- Hice mal mi trabajo, no respondí mis llamadas, no respondí mis e-mails… - Calmadamente él enumeró sus pecados y la palmeó por cada uno de ellos. Con su parte de atrás caliente, la excitación resultante se filtró hacia abajo y rebotó a través de su coño como fuegos artificiales fuera de control. Sus terminaciones nerviosas chispeando, enviándola a un plano de placer increíble. Ella quería estar allí, en el regazo de su hombre, todo el tiempo que él quisiera tenerla.
- Por favor… seré buena – exclamó en beneficio de él.
- No lo serás – bufó. Añadió unos golpes extra por si acaso, mientras ella se retorcía sobre sus rodillas, sabiendo que eso lo incitaba más. Las palmadas en su culo sonaron a través de la oficina en silencio interrumpido por sus gritos.
- Por favor, señor – imploró – Por favor…
Si él no se detenía – y ella no quería que lo hiciese – sería lanzada a un orgasmo que le dejaría los pantalones húmedos. Ella lo necesitaba en su coño cuando llegase. Quería ser uno con él.
- Te negaste a quitarte la ropa interior – añadió. Ella esperó otra palmada, necesitándola, deseándola, pero él no la tocó. La puso en pie y la volvió para enfrentarla a él. Sus labios temblaban y ella se dio cuenta de que las lágrimas rodaban por sus mejillas mientras bajaba la cabeza como una colegiala recalcitrante ante el director autoritario. Se mordió el labio, sabiendo que añadida a su imagen, le inflamaba. Su mano frotaba sus nalgas maltratadas, la piel caliente bajo su palma.
- Ahora, como te había dicho. Arrodíllate. Manos estiradas a los lados y rodillas separadas, señorita Cooper. Y no aprietes los muslos. No creas que no te veo haciéndolo.
- Sí, señor – respondió. Su corazón vibró ante sus órdenes.
El silencio reinó en la oficina, mientras ella obedecía, y se alegraba de que siempre hiciera algo de calor allí. El aumento de la carne de gallina en sus brazos no tenía nada que ver con el frío, a pesar de que el metal frío del armario contra uno de sus pechos la hizo temblar hasta que pronto su piel se calentó. En cambio, su reacción fue porque sabía que él aún estaba en la silla, ligeramente inclinado sobre un brazo, con una pierna cruzada sobre la otra y observándola. Él miraba su culo enrojecido.
Inclinó la cabeza hacia un lado, cuando la tensión aumentó entre ellos. Ella deseaba que se arrodillase tras ella y tirase de su cuerpo contra el suyo, luego arrastrase los dedos por su vientre hasta deslizarlos en su coño y empujase en su interior.
Ella tomó una temblorosa respiración, sintiendo su crema filtrarse por sus pliegues mientras su coño se apretaba con la necesidad de sentirse lleno. Oh Dios, esperaba que él no le negase la liberación como lo había hecho la mañana que había tratado de escabullirse. Después de haber traicionado su confianza, ella se merecía tener su placer retenido.
- Dime – dijo al fin, rompiendo el silencio – Explícame por qué lo hiciste.
- Yo… umm… Hice una reserva en El Calabozo la noche que estuve allí, aquella noche en la que fuiste el sacerdote y yo la estudiante. Ellos piden que hagas tu próxima inscripción de inmediato.
- Sé cómo funciona. ¿Por qué no la cancelaste? – interrumpió. La ira en su voz  hizo que cerrara los ojos y deseando poder escapar a cualquier parte lejos de allí. No quería verle enfadado de nuevo. Sola, desnuda y castigada en su oficina, de repente se sentía vulnerable como nunca antes se había sentido. Completamente a su merced.
- Pensé en ello – respondió – Fue la cosa más estúpida que he hecho. Y acababa de recibir un e-mail tuyo, uno de los personales. Y me hizo sentir tan caliente, todos ellos lo hacían. Y tú me habías prohibido liberarme a mi misma y tenía toda esa tensión en mí -  Ya se estaba construyendo de nuevo en ella mientras las palabras se deslizaban por su lengua, y recordó las palabras de su e-mail y la forma en la que se había sentido durante ese tiempo. Tan agitada. Tan necesitada.
Su cuerpo comenzó a temblar. Trató de detenerlo para que él no se diera cuenta de cómo la hacía sentir, pero nada hacía que se detuviera. Sólo lo hacía peor. Incluso sus palabras temblaban cuando continuó, al límite del placer insatisfecho. Estar allí era más tortuoso de lo que cualquier nalgada, azote o palada pudieran ser.
- Estaba leyendo. Y la nota recordatoria de El Calabozo entró. Y pensé, bueno tal vez… tal vez unos azotes, totalmente nada sexual, podría sacarme del límite de lo que sentía. Que tal vez pudiera hacerlo y pasar las próximas dos semanas sin ir como una bala perdida rompiéndome sobre la cabeza inocente de alguien.
Ethan no dijo nada. Ella quería mirarle, para ver lo que estaba  pensando, pero no se atrevió.
- No quería nada… sexual. – Susurró – Ni siquiera me di cuenta de que es la sexualidad unida a ti la que me hace sentir mejor. Empecé a tener dudas de inmediato, y para cuando llegué, estaba casi enferma. – Aunque él le había dicho que mantuviese los brazos a los lados, los cruzó sobre su medio, abrazándose a si misma, como si pudiese mantener los recuerdos a distancia. – Le dije que parase. – Susurró.
- Natalia – dijo Ethan en voz baja – Ven aquí.
Cuando se levantó y se volvió, lo encontró de pie a unos pasos tras ella. La tomó entre sus brazos y le besó la parte superior de la cabeza. Su calidez enviando lejos el frío que la historia había empujado a través de ella. Con suavidad, le acarició con la mano extendida, la espalda y la otra tras ella. La carne sensible picaba con su toque, enviándole calor.
- Quiero llevarte a casa y hacerte el amor – le dijo – No puedo esperar más tiempo.
- Por favor, no. Te necesito.
Para su sorpresa, él se dejó caer de rodillas ante ella, sosteniendo una de sus manos mientras con la otra presionaba sus labios. – Nat, mi dulce amor… Por favor, cásate conmigo. Promete que siempre serás mía. Nunca dejaré que nadie te haga daño. – sus ojos le imploraron que dijese que si – Te amo.
- Ethan… - se quedó sin aliento. Ella cayó también de rodillas y lo abrazó con fuerza. Le besó en el cuello – He estado tan asustada y vacía sin ti.
- Yo también, cariño – respondió. Cogiendo su barbilla con la mano, levantó su boca hacia la suya. Mientras la besaba, movió sus brazos alrededor de su espalda y la tumbó sobre la alfombra, luego continuaron besándose. Su cuerpo encajado entre los muslos entreabiertos, sus pantalones rozando la suave piel, su bragueta presionando sobre su coño. Arqueando sus caderas, ella frotaba su clítoris contra la tela ligeramente nudosa. Desesperada por sentir su piel, ella agarró la camisa y se la sacó del pantalón. Sus manos se deslizaron por debajo del algodón alisando su espalda. Ella gimió. Le encantaba lo caliente que estaba su piel, lo poderoso que se sentía mientras sus músculos se movían bajo su toque.
- Ethan – murmuró contra su oído mientras mordisqueaba el lóbulo – Sé que quieres hacerme el amor, pero realmente necesito que me folles. Ámame más tarde.
- Nat – gruñó. Se arrodilló de nuevo y abrió los puños. El cuello de su camisa ya estaba abierto así que tiró de ella sobre su cabeza y la arrojó a un lado. Juntos, abrieron los pantalones, luego cayó sobre ella, su ancha polla profundizando en su interior.
- Oh, sí – gritó ella, sus caderas elevándose hasta él – ¡Duro, por favor, duro!
Después de estar completamente vacía durante los últimos dos meses, ser llenada por él la enviaba volando a un plano borroso de placer donde de lo único de lo que era consciente era de su polla creciendo dentro de ella. Sentía cada arista, cada pedacito de su cintura, mientras él estiraba su tierno canal. Ella nunca se había sentido tan plenamente reivindicada como ahora, sabiendo que sería para siempre suya, propiedad de este poderoso hombre… lo que acababa de hacerlo todo mejor.
Una mano sujetó su pecho, los dedos retorciendo su pezón. La sensación de un rayo de fuego se disparó en su pelvis, y ella se apretó alrededor de él, gritando en el éxtasis. Fijó su boca sobre la de ella amortiguando sus gritos mientras la besaba con pasión salvaje. Una y otra vez, él atormentó los picos hasta que ella estuvo frenética bajo él.
De repente, ella se resistió y se congeló en una escena de liberación completa, todo su cuerpo se apretó y luego explotó en una reacción de estremecimiento. Ethan empujó un par de veces más antes de seguirla en su clímax, llenándola con su semen caliente. Su profundo grito resonó en la oficina. Ella podría escuchar para siempre el sonido de él encontrando la dicha. Era tan visceral, tan básico y ella hacía que sucediese.
Su boca presionó en su cuello, sus caderas se movieron poco tiempo más, y él gruñó su placer.
- Nat – suspiró cuando ambos se calmaron. Su erección todavía estaba muy dentro de ella, contrayéndose y haciéndola llorar en voz baja por las suaves reacciones que le provocaba. – Dime, ¿te casarás conmigo?
¿Había realmente que preguntarlo?
-¿Me azotarás a menudo? – preguntó con una sonrisa maliciosa.
Él negó con la cabeza. – Eres tan traviesa. – Respondió con un suspiró como si lo pensase.
- Creo que te gusto de esa forma – bromeó – Mi pobre trasero. Tan castigado.
Ella se mordió el labio, y él gimió, mordiéndose a si mismo.
- Probablemente a menudo. Muy a menudo. - confirmó
- Entonces definitivamente sí. Sí, señor. – enroscó sus piernas en torno a él y se empujó sobre su polla aún dura. Sus ojos se encontraron y ambos gimieron, y todos los jugueteos cesaron. – Sí, porque te amo, Ethan. Mi señor.

Fin

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